Billo: Músico de la Libertad; Carlos Goedder
Es un deleite leer la biografía que sobre el maestro Luis María “Billo” Frómeta (1915–1988) ha publicado D. Federico Pacanins en el volumen 126 dentro la formidable colección Biblioteca Biográfica Venezolana, auspiciada por El Nacionaly Fundación Bancaribe. Podría decirse que Billo invita a la reconciliación venezolana. Primero, a una reconciliación entre uno mismo y este país que a ratos maltrata tanto a sus propios ciudadanos; luego a una reconciliación entre quienes habitamos esta bella tierra venezolana, más allá de las brechas sociales y políticas que ha generado la dinámica histórica reciente.
La lectura de la biografía de Billo es, como todo buen texto, polisémica. Invita a muchas reflexiones, más allá del mero placer estético que tiene el melómano cuya discoteca atesora las grabaciones de la Billo’s Caracas Boys en sus diferentes etapas.
Una primera vertiente es descubrir la pasión del músico por la libertad. Sorprende enterarse que participó en 1947 como miembro de una fracasada expedición orientada a derrocar al tirano Rafael Leonidas Trujillo (1891–1961), opresor desde 1930 hasta su muerte de la República Dominicana natal de Billo. Por fortuna para el maestro de orquesta, simplemente se le deportó a Venezuela, adonde ya había emigrado previamente en 1937. La llegada del músico a Venezuela ya había sido, en algún grado, una búsqueda de libertad, ya que en suelo venezolano recién había finalizado una prolongada dictadura.
El anhelo de libertad del maestro para su tierra natal queda inmortalizado en la composición “Espera Quisqueyana”, la cual incluye esta bella estrofa:
“No llores muchachita de mi tierra,
esconde tu dolor un poco más
y verás las campanas de tu iglesia
¡Replicar anunciando libertad!”
¿Y qué mayor libertad que la existente en la música? En la Venezuela que tanto evoca a El Libertador convendría recordar el gran bailarín que fue Bolívar. Ahora que se conmemora el bicentenario de la gesta independentista, ¿Qué imagen más feliz que la de un Bolívar danzante? Como bien decía Suetonio, una anécdota sobre un personaje histórico a veces es más elocuente que cualquiera de sus documentos. Y ese es el caso del Bolívar que se sube a bailar sobre una mesa tras la noticia del triunfo en Ayacucho, o bien la de El Libertador sacando a bailar a D. José Laurencio Silva, un destacado militar mulato de origen humilde, tras haber sido este último rechazado en sus peticiones para bailar con las aristocráticas limeñas. ¿Acaso la vocación democrática de Bolívar queda mejor demostrada? Así que esta imagen del alegre bailador quizás sea más simpática y menos rígida que tantas otras semblanzas del titánico prócer. Es probable que le falte esa dosis de alegría a la Revolución que se atribuye el adjetivo de “Bolivariana”.
Esa alegría estuvo presente entre quienes bailaron las notas de Billo. La generación nacida en Venezuela durante los años cuarenta y cincuenta indudablemente fue más feliz en sus fiestas que los venezolanos nacidos en los tiempos del petróleo nacionalizado y la gran devaluación de 1983. ¿Y qué decir de estos desafortunados veinteañeros nacidos en la época marcada por los saqueos de 1989 y el golpe de Estado de 1992? Estos últimos se juegan la vida saliendo una noche a bailar.
En cambio quienes fueron adolescentes durante el tiempo en que Venezuela recién emergía de la dictadura de Pérez Jiménez pudieron disfrutar transitando seguros y confiados durante las noches de fiesta. La propia Billo era un modelo de la joven democracia. Era una orquesta que sólo podía tocar en los bailes de clubes y familias con poder adquisitivo para poder sufragar los gastos; mas la gente de clase media y los nacientes barrios pobres podían disfrutar de esa música en las transmisiones radiales y televisivas en directo. El propio Billo cobraba menos emolumentos cuando se trataba de animar fiestas para jóvenes graduandos en liceos y universidades. Se puede decir que Billo democratizó el baile en Venezuela.
En la Casas Muertas de Miguel Otero Silva colocada como lectura obligatoria durante el bachillerato estaba esa imagen de los muchachos que le envidian a los padres haber vivido una auténtica juventud en una villa rural otrora libre de paludismo y miseria. Es frustrante que hoy día nuevamente se repita esa triste envidia intergeneracional. Representa un fracaso para la sociedad venezolana.
Otra lectura válida para la biografía de Billo se refiere al inmigrante capaz de amar y entender mejor a Venezuela que los nacidos en suelo venezolano. Como afortunadamente señala la biografía, el ritmo de Billo entendió el “tumbao”, la forma de caminar y danzar de los venezolanos. Quizás se pueda ir más allá y decir que Billo captó en su ritmo cómo latía el corazón de quien habitaba en Venezuela. Porque su música era capaz de mover los pies del rico y el humilde, del caraqueño y el provinciano, del nativo venezolano y el inmigrante.
La peripecia vital de Billo ilustra los rigores del inmigrante en Venezuela. Si la patria de Bolívar es dura con sus propios nativos, especialmente si han destacado por mérito y esfuerzo, tanto o más lo ha sido para sus hijos adoptivos, incluso si estos, como Billo, amaron tanto esta tierra. Sólo próximo a la muerte y tras más de cincuenta años de trabajo es que se le reconoce como “Hijo Adoptivo de Caracas”. Se le encarcela brevemente acusado de bígamo por negarse ilegalmente la validez local que poseía su divorcio en República Dominicana. Le veta la Asociación de Músicos y tiene Billo que desarmar la orquesta y quedar sin poder tocar música por un par de años. Se le descalifica en muchos casos por ser dominicano. En suma, bien identificó Simón Rodríguez desde el Siglo XIX que la América Hispana era injusta con los hispanoamericanos a ejemplo de España, porque, según él mismo decía, en ningún lugar vale menos un español que en suelo ibérico.
La disciplina, la obra artística y calidez humana del maestro Billo triunfaron sobre las mezquindades. Y puede decirse que es un ejemplo del inmigrante trabajador exitoso, quien a pulso se ha ganado lo que recibe, especialmente el cariño mayoritario de la sociedad venezolana que obtuvo Billo. Lamentablemente, ahora que el venezolano se ha hecho emigrante encuentra barreras y prejuicios terribles. La marca “Venezuela” ha perdido valor internacionalmente. La biografía de Billo motivaría a estos nuevos exiliados a ganarse con sus méritos el aprecio de las sociedades adonde llegan y a saber restar valor a los fracasados y mediocres que les discriminan. Además es pertinente el consejo que le daba el maestro inmigrante a su hijo: “usa la mano izquierda”.
Finalmente está abordar el texto con la perspectiva del melómano.
Este tiempo de Internet ha tenido la cara desafortunada de destruir la industria y el comercio musical en gran medida. La tienda pequeña o especializada de discos apenas sobrevive y las grandes cadenas comerciales tienen catálogos cada vez más reducidos. Se ha hecho lícito en las sociedades latinoamericanas y mediterráneas el robar música por Internet, ya que tal es la única denominación posible para la descarga ilegal de música. Esta dista de ser un bien público; es un bien sobre el que hay derechos de propiedad. Descargar música ilegalmente es equivalente a entrar y robarse discos en una tienda o a secuestrar a un músico para que toque gratis en casa. En fin, esta es la lectura que se hace desde la perspectiva de respetar los derechos de propiedad, los cuales valen para los servicios musicales. Y también es la visión que probablemente tenemos los melómanos que seguimos pagando la música que compramos.
Todo este comentario vale para señalar la lamentable dificultad para encontrar en formato CD grabaciones de Billo. Afortunadamente se consigue algo de su “tercera república”, especialmente la etapa en que cantaron Felipe Pirela, el “Puma” Rodríguez, Cheo García y Memo Morales. Dos títulos en particular merecen destaque, porque contienen una de las más brillantes ideas musicales del maestro Billo: el concepto de “mosaico” o suite en la cual se alternan piezas rápidas y lentas, ideales para aprovechar de exhibir a la pareja de baile las habilidades de movimiento en los pasajes más alegres y apretarse con ella durante las suaves notas del bolero. Y quien escucha también puede disfrutar imaginándose en tales proezas. Los discos de Mosaicos a la Billo comercializados en el mercado venezolano por los sellos Sonograma e Integra, contienen en sus dos primeros volúmenes los mosaicos quizás más afortunados, los que van del número 7 al número 22.
Más difícil de hallar es una grabación comercializada internacionalmente por el sello Tumbao en la cual brilla la orquesta de Billo con el “ciclón antillano” Manolo Monterrey, emblemático cantante en la “primera república de Billo”, entre 1944 y 1956. Se trata del disco titulado Un cubano en Caracas.. Monterrey dijo la declaración quizás más afortunada durante el sepelio de Billo: “fueron tiempos de flores, mujeres bonitas, bailes, alegría y eso es lo que quiero recordar de él”.
Probablemente, salvo en tiendas especializadas, el catálogo descrito es lo más representativo que pueda hallarse de Billo. Quienes tuvimos la afortunada idea de comprar grabaciones en los años noventa, tenemos algunas especialmente felices, como Clásicos de Oro de la Billo Caracas Boys, CD distribuido por Discomoda, el cual desconozco si se ha reeditado desde su publicación en 1995.
La cara amable y legal de Internet es la de obtener música descatalogada o bien grabaciones inéditas (bootlegs, en la jerga melómana). Es la única forma para encontrarse con cierta música señalada por Pacanins, por ejemplo, con la orquesta de Luis Alfonzo Larraín, competidora fundamental de Billo en un tiempo.
La obra de Pacanins puede animar a que los melómanos y casas disqueras vuelvan a explotar el catálogo de Billo y también el de otros músicos venezolanos que incursionaron en los ritmos antillanos durante las décadas de 1940 y 1950. Datos especialmente sorprendentes están en la biografía publicada por Biblioteca Biográfica Venezolana; valga uno: conocer que el gran Victor Piñero, el único venezolano que cantó con la Sonora Matancera, dejó una grabación con Billo y también el gran Alfredo Sadel. O bien valga conocer el vínculo de Billo con Damirón y Chapuseaux, los reyes del “piano merengue”.
La música de Billo como bien señala Pacanins es un género en sí mismo. Cualquier melómano respetará que composiciones de Billo fueron interpretadas por la Sonora Matancera, Tito Puente, Tito Rodríguez y Oscar D’León. También se agradecerá a Billo que haya descubierto a cantantes universales como Pirela y “El Puma”. Ahora bien, como precisa Pacanins: “su música no es cubana ni española ni jazz, ni siquiera dominicana. Ha ido tomando personalidad propia”.
Cuando el barrio marginal gana preeminencia en la música mediante la salsa, Billo es incapaz de entender el fenómeno y como otros maestros de la escuela tradicional, la considera una simple versión del son cubano, un fenómeno de marketing. ¿Es capaz Billo de hablarle al barrio? Creo que sí. Prueba de ello fue su vigencia durante los setenta y ochenta entre los colombianos costeños, inmigrantes quienes son importante componente del barrio caraqueño
Billo nunca perdió la elegancia de su música y su orquesta aún ante el público humilde. Ello es una señal de respeto. Una deferencia que han perdido los políticos y personajes públicos en la Venezuela actual, usando una indumentaria de gorra y “manga de camisa” para supuestamente identificarse con el pueblo. Ello es una falta de respeto porque el ciudadano humilde usa esta indumentaria dado que es la mejor a la que tiene acceso. El político sí puede costearse un flux y usarlo para representar con elegancia al pueblo. Lo peor es que esta moda de la indumentaria “casual” fue iniciada por Carlos Andrés Pérez, personaje contra el que despotrica el propio chavismo.
Otra tendencia actual es usar un lenguaje soez o vulgar para los discursos políticos, lo cual es otra falta de respeto populista con los ciudadanos pobres. Y en ella han caído los representantes de todas las banderas partidistas venezolanas.
La dignidad auténticamente venezolana fue comprendida por un quisqueyano cuyo amor por Venezuela y en especial por Caracas merecen evocación frecuente. Billo es patrimonio venezolano aún siendo extranjero, es un prohombre de la Venezuela civil y trabajadora.
Valga el consejo de la composición final del maestro:
“Caracas, de mi querer:
Cuando ya no esté contigo,
no te olvides de tu amigo,
que te pide, por favor:
¡Pórtate bien!”
Categoria: Siempre